miércoles, 30 de abril de 2008

Vinteuil

Espero paciente el rechazo, el hachazo en el pie, la desenvoltura de papel de periódico. Cómo si no la parquedad del estanque, de sus palomas que no aprecian mi pan de pita, y esta tinta en bloque, diríase casi coagulada. Vencido sobre mi silla de tres patas aplasto mis esfericidades sobre un cojïn desteñido y la cara, con barba de tres días, sobre el estrecho cristal de una ventana cualquiera. Veo cada balcón adornado con banderas (qué más da de qué plana nadería), y cada persona, con el gratuito bajo el brazo y los ojos apretados, miopes, que no consiguen enfocar el parquímetro de dos calles más allá, sino que se hunden en los recuerdos de charol, en sus lagunas festejas de corridas en el parque, caminando por costumbre. Estas cuatro paredes no están afiladas, ni desafiantes, ni se yerguen altas y tenebrosas; son sólo cuatro paredes blancas de gotelé, impersonales, como una habitación de alquiler con espacio de dos maletas y una única lámpara Ikea colgando de un doble nudo, qué piratería venida a maqueta hogareña. Sueño con raciones de aire.

Doy vueltas, indeciso en el trampolín, de un diminuto ficus desolado a otro seco, y al paso constante del tic-tac me asombra mi reflejo en la oscura pantalla del televisor: es mucho más nítido que el del espejo solar de la entrada cuando no atinaba, aquellas veces, a abrir la puerta de madrugada, maldito felpudo. Recuerdo la última emisión de ayer noche antes del teletienda, un corto de activistas (no me pregunte de qué) con vistas a panfleto desbordando las basuras callejeras tras el Rastro, y que concluía, en serio, marcándose un zoom agudo hacia el ojo palpitante de un carnero recién degollado, parecían cristalizarse rubíes en la pupila ampliada o sangre edulcorada, demasiado visceral para hacerse un ovillo entre las sábanas de inmediato. Tal vez, quién sabe, pronto se imponga otra cascada moral, la de cortar de un tajo el meñique al niño que pierda a las canicas, o no. Pensé en los descartes del montaje: tripas disimuladas, aquel documental del canal francés sobre ranas y sus renacuajos, y sollozos insomnes tras la puerta anónima de cualquier baño.

Pero me voy de tema, es cierto, yo quería acentuar otras notas internas, respiros sostenidos, esas alegrías limadas al subir la persiana, cuando la blancura de ideas engorda el zumbido del móvil. Qué quiere que le diga, hasta que no cruje la madera bajo mis pies descalzos no me vuelvo a dar cuenta que mis articulaciones ya duelen, que están enlodadas en un lento y resistente movimiento. Antes imagino la plaza San Andrés soleada, el otoño fallido y esos brotes de un tallo que creía seco y que tanto me fascinan. Dos pulmones aspiran al mismo sofá hundido. Sé que los grafitis se hacen a escondidas, y a hurtadillas me ajusto la bata. Es abril. Perdí la última canica hace tres días, creo que al sentarme en el urbano. Ay, si una frase ante mí me salvase...