miércoles, 15 de agosto de 2007

Desvelos en Provenza

En la herida del valle, entre sueños y brumas, se funden los hielos de dos cimas.


­- ‘Bonne nuit, mon coeur’

La sola luz de aquella capilla se abate sobre sí en los rincones oscuros de mi habitación. Parece erigirse, a tientas, en inusual fondo sobre el que resalten trémulas y distantes sombras: una débil vibración y las sábanas se descompondrán..

Las noches de verano guardan cierto pudor con el mediodía. Tal vez esta noche ande enredando esferas amargas. Tal vez, quién sabe, gotas pesadas que orlen el techo en aros negruzcos y violetas. Un recuerdo o una intuición son orillas de un mismo corte.

El sudor es viscoso. Las cigarras continúan su canto áspero.

Recostado escucho mi trabajosa respiración, contemplo cuerpos recortados; fuente chirriante, costra incipiente. Los huecos son cubiertos con obstinación, y, pálidos, dilatan para aguardar más vacío. Un sordo movimiento me indica donde la grieta se deslizó por vez primera, y allí la encuentro, huidiza en las galerías, en un vasto inconsciente, en un cuerpo de mujer.

Tomo uvas calientes. Un relincho en la lejanía me sobrecoge. Qué fascinación inicial.

Se espesa la atmósfera con lentitud mientras más ojos se entrecierran, en vaivén, cercando la quietud en los albores míticos. La huída se inclina hacia un punto inmóvil. Y estoy en el Garlaban oteando nuevos paisajes y no siento ya el calor de mi corazón y lucho con el grito, con los borbotones de sangre de mis dedos.

Encuentro gorriones, redes imbricadas y una serpiente asfixiada con su propia muda de piel.

Me levanto. A media luz arranco plumas.

Tened.

martes, 7 de agosto de 2007

2 poemas de Javier Egea

Voy a escribir unas pequeñas impresiones sobre dos poemas de Javier Egea, uno de mis contemporáneos favoritos. Los poemas son del libro "Paseo de los Tristes", editado por la diputación de Granada. Aquí están los poemas:


Entre cuatro paredes

comenzaba la noche del asedio


Ellos, los asesinos,

alentaban la larga collera de los perros.


El hambre por las sábanas

se agazapaba oscura como un cepo.


Ellos, los asesinos,

nos pusieron el pan sobre unos ojos bellos.


Fuimos muriendo todos

hasta que todo se volvió desierto.


Elos, los asesinos,

vigilaban la caza del amor en silencio.



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Ven a ver el amor hecho jirones.


Ven a ver el amor:

ese caballo muerto flotando por las venas

a la deriva, amor, a la deriva.


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Javier Egea era un hombre solitario. Sabía ver desde su propia perspectiva las funciones alienantes del sistema, y siempre defendió la función social de la poesía. Siempre hizo poesía comprometida, porque él mismo era un hombre comprometido. Sus libros son una evolución constante en ese sentido: “Troppo Mare” late entre la rebelión, la huida y la desesperanza, rebelión de un mundo que el poeta no comprende, un mundo cosificado en el que no hay nada que salvar. Las relaciones se han perdido, los símbolos, las esperanzas. El poeta se aleja a un pueblo de la costa almeriense, y desde allí, en un proceso de desintoxicación (figurada pero también literal) y reordenación de sus conceptos, adquiere una conciencia de la soledad y de... su particular visión del marxismo, ese materialismo histórico en el que las potencias del sistema dominante aplastan al individuo indefenso, con el peso de la historia, de la moral, de la producción, el beneficio, el progreso, etc. A partir de aquí, su poesía se hace aún más doliente, porque él mismo se siente incapaz de volver la cara, de ver la sociedad desde su pura torre de marfil, y acaba moviéndose (sutilmente, a veces parece que ni siquiera él mismo se da cuenta) en esa dicotomía: él es uno de los asesinos, pero a la vez, él puede experimentar la única salvación posible: ese amor que también tratan de destruir. Ya en “Paseo de los Tristes”, el libro del que están sacados estos dos poemas, cambia el paisaje, el tono, el ritmo, pero los temas centrales no varían en el fondo. El amor es lo que nos libraba de la alienación total, aquella frontera que jamás pisarían. Pero en su marcha totalizadora, entre los edificios, los ruidos, los bancos, las tiendas de la ciudad, apenas queda espacio ya para ese amor libre. En ese sentido, la conciencia del amor se vuelve conciencia de la soledad, y para un hombre que está siempre con la pistola cargada, ante el acecho de los asesinos, también es una conciencia de la muerte, un recordatorio de que en esta sociedad el individuo nunca puede liberarse de todas sus cadenas. No he leido su último libro, “Raro de Luna”, pero parece ser que en él ahonda en su espíritu tomando prestados los métodos del psicoanálisis (Freud fue muchas cosas, pero sobre todo un crítico absoluto, un destructor de verdades).


1

El primero de los poemas se abre con una cita de Cernuda: “ellos, los vencedores...”. Cernuda fue uno de los grandes individuos del 27, y siempre se movió un paso por delante de su tiempo. Él mundo no estaba preparado para él, para su visión de la libertad, y sentía, como Egea, la hostilidad de una sociedad que lo obligaba a estar siempre alerta, siempre luchando contra todo y todos. En este poema, el tono oscuro, de cacería nocturna y sin reglas, creo que intenta mostrar la verdadera vocación de estos asesinos. Lo que se esconde detrás de sus palabras, de su justicia, es esto: la caza del amor, la encarcelación del último peligro, de la última fuente de libertad. Poco a poco, todo el mundo cae, todos mueren dentro de la ciudad, incluso el sujeto poético, que ya se muestra como un hombre más, sin esperanza, sin futuro, a quien sólo le queda algún sueño inútil, vano. Su tiempo es un tiempo pasado e irrecuperable, dominado por el peso del sistema, que se cuela en todos los resquicios hasta de su memoria y su lenguaje. El sentimiento de unidad, la esperanza que pudiera tener en el género humano, desaparece cuando sus camaradas caen junto a él: fuimos muriendo todos... nadie sobrevive, y ahora, tras la muerte del amor, no hay fuerzas para más. Los recursos que usa, como siempre, los maneja con gran maestría: el uso del “ellos” como forma impersonal, alejada; la métrica de 7,11 y 14 sílabas, que encaja tan bien en el tono declamativo, como de historia susurrada del poema (aquí comienza a intuirse el tono de rebelión, de pensamiento, si bien desesperanzado, también conocedor de su propia alienación). Elipsis constante, concreción, y a la vez una carga simbólica enorme en cada verso (Lorca es una influencia enorme en este libro, en todo él), junto a la gradación de las frases, el aumento progresivo de la implicación emocional, hasta ese último verso que condena a los asesinos y da la razón de su búsqueda: ellos, en silencio, cazan el amor. Me parece una imagen impresionante, con varias resonancias que no se anulan entre sí.


2


A la deriva, amor a la deriva; otra cita, en este caso de Miguel Hernández, el poeta del pueblo y del amor, el poeta que murió lejos de su gente... uno de los más grandes de nuestra historia, sin duda. Este poema, como una buena parte del libro, bebe directamente de Hernández y de Lorca. De Hernández toma el dramatismo, el símbolo del amor como aquello a lo que el sujeto poético debe agarrarse para no caer en la locura, aquello que duele y puede hacerlo escapar de su cárcel. De Lorca toma la musicalidad, las raíces populares, los símbolos apenas intuídos. En todo caso, influencias puestas al día con una originalidad increible, con un sentido del ritmo y de la imagen que muy pocos poetas contemporáneos tienen. Egea vive en la ciudad de los 90, no en los años de la guerra civil, y su poesía, como ya decía, es una poesía comprometida. Eso equivale a decir que es consciente de su tiempo y su situación en él. Aquí apela al lector, lo invita a que contemple los restos de lo que fué un hombre que amó. Justo lo que hoy día es sacrilegio, Egea lo convierte en un sacrificio voluntario: nos muestra su desgracia, se sabe desesperado e incita al lector a entrar en sus venas. No puedo encontrar mejor ejemplo de poesía comprometida y a la vez totalmente simbólica. Comprometida porque él sabe que hay otros que se encuentran en su situación, que hay gente que no puede escapar a su propia tragedia, y (volvemos a Freud) los miedos, los traumas, el sentimiento inefable de soledad/individuación ha de salir por algún lado. Es poesía catalizadora.

Por lo demás, la imagen del caballo muerto... es clásica la imagen de un caballo como representación del yo “cabalgando” en la memoria, en el recuerdo. En este caso, el caballo está muerto (como siempre, muerte-amor), pero sigue moviéndose por las venas del hombre. Inundándolo todo silenciosamente, a la deriva, perdido dentro de él. Aquí también puede verse el último resquicio de libertad que muestra este libro: el sujeto poético está perdido, sin esperanza, solo con sus fantasmas en una ciudad agresiva y despersonalizada. Sin embargo, él es consciente de su situación. Todo el recorrido de “Troppo Mare” ha servido para que llegue a la ciudad y sepa que no puede dejarse llevar por las corrientes de lo inmediato; y sepa además que él mismo es partícipe de esta farsa. El consuelo es poco, pero es justo, es lo máximo a lo que puede aspirar el sujeto poético. Tal vez desde estas bases pueda asentarse una verdadera esperanza, una poesía libre. Una pena que Javier Egea, el hombre, no pudiera soportar el peso de la historia y de su propio dolor, y acabara de forma tan cobarde con su vida. Pronto se le reconocerá como uno de los más grandes poetas españoles del siglo XX.



pd: espero tener algún poema propio dentro de poco. Por ahora, sólo hay muchos bocetos, ideas y borrones en un cuaderno.