domingo, 23 de noviembre de 2008

Arraigo

Gracias, Luis Rosales
¿También vendrás a buscarme a esta casa encendida?

Ten cuidado, aquí los pasos estallan como el cristal,
una tormenta puede hacer brotar árboles de tus manos,
nunca antes te lo dije,
una vida puede, una vida siempre puede.

jueves, 9 de octubre de 2008

Mi puerta está abierta,
el viento es frío,
te necesito igual que al viento

martes, 26 de agosto de 2008

Aurora en vela

I

No escucho tu voz, ni tus ojos,
pero lentamente llega la aurora con sus dos silencios,
despierta cómplice, como una chispa en la piel,
nos deja cara a cara y el espejo vacío entre nosotros,
hoja en blanco.

Todavía entre dos fronteras te aferras a la vida,
tú que creías que las promesas eran justas, eternas...

Escucho, sí, la respuesta de tu cintura revuelta,
insumisa, como si quisiera permanecer para siempre
en la fiera quietud de la sombra.
Tus manos me buscan, ciegas,
para borrar las huellas de mis pobres palabras,
para rehacer un camino con este lenguaje nuevo,
capaz de rozar mi boca en el ojo de toda tormenta.
No tengas miedo a decir águila o desierto.
Enséñame cómo el alba se empapa en ti,
cómo rompen tus cabellos en marea alta,
cómo se levanta tu pecho y es una raiz indecisa
entre día y noche,
entre roca y viento.

II

El dolor será de cristal
y habrá de crecer en tierra baldía.

Nuestros nombres volverán a tener sentido entonces.

domingo, 24 de agosto de 2008

Informe sobre ciegos

El día se pierde sin dolor,
como el anhelo de los ciegos
que alzan sus manos al cielo
para que se pose la luna,
entre arrullos, bosques, hermanos,
esa acequia de cal y sangre,
traicionera, verde, roma,
sequía en la puerta de arena,
camino de lobos y puentes,
juramentos bajo la sombra
de altísimas torres ardiendo.

Ellos, los ciegos, seguramente hayan
encontrado ventanas abiertas en mitad de la riada:
es el justo castigo del tiempo
añadiendo su triste hebra
y empapando los cinco árboles de mis muñecas.

Ellos mastican en silencio semillas de tejo,
en silencio aprenden las nuevas canciones
y se acercan un poco más, sin dolor,
a la noche.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Ausencia

Una hoja de papel arde todavía en mi bolsillo.
Es un buen momento para contar mentiras.

martes, 22 de julio de 2008

Tres latidos

Primer latido:

¿No puedes reconocerme si no te hablo?
Está bien. No he cambiado.
Las tormentas arrancaban la ciudad de la tristeza,
y de todas partes llegaban voces como dunas insinuantes,
como si el agua estuviera contagiada de rabia.

En los callejones se cuentan las gotas que caen
en las tibias cuencas de mis hijos,
pero pronto olvidaré cuántas puertas se cerraron
en el camino.

Lluvia, lluvia de rabia.

Segundo latido:

Soy la sombra del bronce oxidado,
mi descanso es dolor de huecos,
no tengo memoria.

Alrededor de mí no hay voces,
pero, lentamente, he conseguido beber
los tristes pasos de las ambulancias,
refugiarme en las esquinas agrietadas
y hacerme palabra.

Tercer latido:

¡La cacería no ha terminado!

Es imposible dormir con los pechos anegados,
y las sábanas cumplen como el humo
que protege a los criminales.

La memoria arde en la Torre de la Vela,
pero esta noche esperaremos
aquí, en la frontera,
y no necesitaremos manos ni ojos
para respirar el mismo aire.
Lo Estamos Consiguiendo.

miércoles, 30 de abril de 2008

Vinteuil

Espero paciente el rechazo, el hachazo en el pie, la desenvoltura de papel de periódico. Cómo si no la parquedad del estanque, de sus palomas que no aprecian mi pan de pita, y esta tinta en bloque, diríase casi coagulada. Vencido sobre mi silla de tres patas aplasto mis esfericidades sobre un cojïn desteñido y la cara, con barba de tres días, sobre el estrecho cristal de una ventana cualquiera. Veo cada balcón adornado con banderas (qué más da de qué plana nadería), y cada persona, con el gratuito bajo el brazo y los ojos apretados, miopes, que no consiguen enfocar el parquímetro de dos calles más allá, sino que se hunden en los recuerdos de charol, en sus lagunas festejas de corridas en el parque, caminando por costumbre. Estas cuatro paredes no están afiladas, ni desafiantes, ni se yerguen altas y tenebrosas; son sólo cuatro paredes blancas de gotelé, impersonales, como una habitación de alquiler con espacio de dos maletas y una única lámpara Ikea colgando de un doble nudo, qué piratería venida a maqueta hogareña. Sueño con raciones de aire.

Doy vueltas, indeciso en el trampolín, de un diminuto ficus desolado a otro seco, y al paso constante del tic-tac me asombra mi reflejo en la oscura pantalla del televisor: es mucho más nítido que el del espejo solar de la entrada cuando no atinaba, aquellas veces, a abrir la puerta de madrugada, maldito felpudo. Recuerdo la última emisión de ayer noche antes del teletienda, un corto de activistas (no me pregunte de qué) con vistas a panfleto desbordando las basuras callejeras tras el Rastro, y que concluía, en serio, marcándose un zoom agudo hacia el ojo palpitante de un carnero recién degollado, parecían cristalizarse rubíes en la pupila ampliada o sangre edulcorada, demasiado visceral para hacerse un ovillo entre las sábanas de inmediato. Tal vez, quién sabe, pronto se imponga otra cascada moral, la de cortar de un tajo el meñique al niño que pierda a las canicas, o no. Pensé en los descartes del montaje: tripas disimuladas, aquel documental del canal francés sobre ranas y sus renacuajos, y sollozos insomnes tras la puerta anónima de cualquier baño.

Pero me voy de tema, es cierto, yo quería acentuar otras notas internas, respiros sostenidos, esas alegrías limadas al subir la persiana, cuando la blancura de ideas engorda el zumbido del móvil. Qué quiere que le diga, hasta que no cruje la madera bajo mis pies descalzos no me vuelvo a dar cuenta que mis articulaciones ya duelen, que están enlodadas en un lento y resistente movimiento. Antes imagino la plaza San Andrés soleada, el otoño fallido y esos brotes de un tallo que creía seco y que tanto me fascinan. Dos pulmones aspiran al mismo sofá hundido. Sé que los grafitis se hacen a escondidas, y a hurtadillas me ajusto la bata. Es abril. Perdí la última canica hace tres días, creo que al sentarme en el urbano. Ay, si una frase ante mí me salvase...

sábado, 29 de marzo de 2008

De un solo trago

En humilde homenaje a Paul Éluard y su Capital del dolor

I.
¿Levantarías tu cabeza al cielo
si la noche fuera fría?
¿Si fuera de cobre vacilante?
Mi reloj es una pulsera de hormigas,
tal vez me equivoque
y esta noche
estemos solos en la travesía del viento

II.
Cuando entró en aquel patio
sólo había una muchacha en el balcón,
cosiendo espuma a las patas de las palomas.
Una fuente se erguía en vano.

III.
El agua hizo que se agrietaran los huecos,
las grietas fueron un estallido de alegría
y también lo celebré con los puños cerrados.

Me gustaría pensar que me espiabas,
tus manos en la puerta,
cuando empezaron las sirenas.

IV.
Como redes anudadas a la cintura
de las palabras,
como seguir vagando por Argüelles
y los callejones de la memoria,
traicioneros,
como si hubieran perdido el equilibrio
en los bajos encharcados.

V.
Es un error pisar este suelo,
incluso si nos guía el miedo.
Ya andamos a ciegas,
¿qué valor tiene conservar el oído?

lunes, 10 de marzo de 2008

Deriva

Podría pasar horas
siguiendo esta línea blanca.
La carretera está tan vacía
que los zorros han empezado a comer arena,
y sus ojos son de un púrpura
húmedo, inexorable.

domingo, 2 de marzo de 2008

Milongas (o diálogo mantenido)

Al borde del día, en el filo vago de las sombras, junto a aquellas baldosas apenas perfiladas sentí el desasosiego de una mirada apresándome. Paranoia, me dije, son sólo las copas de más, si no por qué esos diminutos destellos inundando los soportales, o los balcones fluyendo hacia aquellos cristales de la cerveza calentorra que tiré contra el graffiti ‘Terrorista tu padre’. No, no es más que el guiño de un gato pardo bajo el 107, tal vez aquel gato que se me escapó hace años cuando intenté exprimirle medio limón un poco más arriba del lagrimal (¿los gatos lloran?), o uno cualquiera abandonado a los envoltorios grasientos. Qué más da, alguien me mira, me desnuda, quisiera ver ahora a Sarah Jessica y perderme en confesiones sin hora, pero el búho no atrae anuncios cool, una lástima, ni siquiera me cruzaré con una pareja o dos personas férreas pidiendo explicaciones a los árboles cuadrados o llorando por cansancio, fatiga de las suelas gastadas, y me temo que tampoco me veré rodeado por el recién inaugurado reality de Princesa, o por un escaparate de pantallas sonámbulas. No, es alguien quien me mira, quien me petrifica apoyado al banco y me encierra en el paisaje urbano. Dime, lector, si ves vallas que no estén rotas por una pedrada, cómo contener entonces mi elección. Pero me siento amenazado, los colores no son como yo los pinto, ¿seré ya parte de la estampa? Empieza a llover. Joder. Y no tengo sed. Ahora a buscar una parada y refugiarme, rápido, justo cuando la cortina del tercero se corra con agonía. Alguien sigue mirándome, si pudiese siquiera cazarlo de reojo, todo acabaría, pero cedo al desaliento: la lluvia no soporta su gravedad. ¿Qué dirías si un cuadro te reemplaza? “Coño, si es el ojo de algún búho mecánico”

Arden los coches. Siete gitanos me rodean. Sigue lloviendo.

lunes, 25 de febrero de 2008

Frontera del ser

Intento recordar, usar lo poco que aprendí
cuando los ríos se secaron
y el Albaycín era una araña en mi ventana
que atrapaba susurros con su tela.


Las calles son traicioneras
como fronteras sin exiliados...

jueves, 14 de febrero de 2008

Diálogo

Te me acercas en mitad de la calle
como si nada de esto fuera contigo,
prestando atención a esos viejos balcones
en los que siempre esperas ver correr
a alguien sin esperanza.
A mí nunca me quedan monedas, lo siento,
doy rodeos innecesarios,
apuro la cerveza que sabe justo como las otras.

Me duele que llegues justo ahora,
cuando no sé qué hacer con mis manos
de puro terror.
Siempre se le puede dar un trago más a la lluvia,
lo sé,
en los museos nos esperan
y mira, hoy, al cerrar los ojos,
siento su voz baja, lenta,
una voz de confesiones a destiempo
y la mirada de reojo a un portal vacío.

Acaba ya con el gotear de tu muñeca.
Sé lo que tienes en tus manos y lo quiero.
Un mechón, el buho mecánico de la tienda,
ese que se perdió y volvió tuerto cuando
los gitanos rodeaban la charca.

Compra la mano de arena y déjame
los sacrificios porque, aunque no lo creas,
también tú verás arder mi voz.

Haikus


I.
Noche cerrada.
LLeno de ira,
piso un charco en las calles.

II.
Voy a romper,
con sencillez y viento,
esa mirada

III.
Hay dos guardianes
cobardes como yo.
Hoy no es el día.

Hay dos guardianes
cobardes como yo.
Son las palabras.


domingo, 20 de enero de 2008

Luz en cierne

Aparece el esfuerzo con tintes amarillos, también el prodigio, también las manos de pan recién horneadas. Un dulce resplandor de adagio lo anticipa, visto con ojos superlativos, salinos, en el punto exacto de la condensación. Dilatan los párpados, las cuencas se ensanchan, no hay sino corrimientos y brotes tiernos e infatigables.

Hubo un comienzo, o ni siquiera.

Iniciados en el sudor una nueva conciencia salta al vacío. Qué locura, qué innegable locura poder contemplar el trampolín, sentirlo incluso dentro de uno, sin duda, no nos es desconocido. La recta carretera fue una vez un camino de tierra transitado por un numeroso rebaño y un solo pastor (no anunciado). Tres perros le seguían entre berridos. La bruma los perdió. Sus huellas quedaron marcadas en la entraña del tiempo.

Aun un rostro distante es un rostro humano.

Con gesto ausente y repetido coloco un folio de color azul verdoso sobre la mesa. Una lámpara a escasos centímetros parece estar tirada de un suntuoso carro. Hay luz encima, una pluma expectante, una ola que no alcanza su cima. Sin previo aviso, una bandada de cuervos sale acelerada de su reposo de flores apagadas. Un reflejo en la ventana. Una carta a medio escribir.

Encontré la imaginación de pequeño –una cima reluciente en el horizonte-, justo antes de quedar encerrado entre sábanas y un beso en la frente. Era el momento de cerrar los ojos, de apretar mis manos creyendo agarrar para siempre una leve parte del universo y aferrarme a él. Antes era la lámpara, recostado sobre la cama mullida, con un libro de fábulas repleto de imágenes de animales parlantes. Pasaba las páginas como pasan los días, descubriendo que un nuevo mundo se dispone permanentemente ante mí. Así son los ojos que acaban de abrirse, creen que es inevitable poder ver. Al beso sistemático acompañó la oscuridad.

Leo frases de amor en un árbol rasgado. Me había recostado contra el tronco tranquilamente con un libro de poemas del que no saltaba poesía alguna –una sima sin escalas. El acero reluciente habló más en profundidad, también calló e hizo callar concentrando silencios en el campo. Ni hormigas, ni cigarras: unos ojos no formados.

No me hables del mar, mírame a la cara. No me hables de nueces huecas, siente el centro, el último resto del milagro, justo en tu ombligo. Una única estrella cambia la vista que del cielo tengo. Una estrella intermitente trae, en cambio, una insaciable oscuridad que no cesa en repetirse. Ojos cristalizados bajo cero, lágrimas escarchadas en el lagrimal. Y al final, una bolsa de cubitos de hielo en el maletero de un coche.

Ser no sido. Vida no sida. Boca cosida.