miércoles, 19 de diciembre de 2007

Inexpresión

Este pequeño brote, justo aquí,
a mis pies,
respira por cuatro puntos cardinales:
la extrañeza de mis ojos es casi dolorosa en él,
pero aún más la sombra siempre verde
que me da su figura solitaria.

Algún día, cuando sea un arbolito orgulloso
o un dulce néctar suspendido en el océano,
le hablaré de mis muñecas quemadas
y, tal vez, de la débil raicilla
que explora mi piel cada noche,
buscando el olor de la tierra fresca

lunes, 26 de noviembre de 2007

Mare Nostrum

soy testigo de la nota
que rozas,
y la guitarra tiene hoy
bruma de tormenta,
espalda en que resbala
el insistente beso del tiempo.


Soñaremos en la música del silencio,
las agujas del mediterráneo para bailar,
agujas en el mar,
dulces puñales en el mar y
en la tierra,
dulces notas que llegan con las olas
y traen arenas de cristal.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Teje que te teje

Un día tranquilo, de sol en las macetas, de brisa sosegada que te abraza y te rodea y te coge por todas partes. Un día tranquilo. Los besos vienen del mismo cielo, con una textura de nube, fresca y vaporosa, inaprensible. La yerba canta a mi paso. Es un día tranquilo. Los gorriones han desplazado a las palomas, y saltan, pilluelos, entre las verdes notas. Unas migajas de pan les echo, y saltan, saltan, no todos los días hay estrellas fugaces que llevarse a la boca. Sus besos vienen del mismo cielo.

Juegan con la luz los árboles, con esos dedos finos y delicados que llegan de la justa entraña de la tierra. La luz cambia con su temblor, con su preciso movimiento, y los colores alternan formas y el sabor ya no es el mismo, aunque dulce todavía. Las plazas parecen pintadas a pastel, cálidas y diáfanas, de formas juguetonas. Sacan los árboles las raíces de su entierro, y entre las ramas, a lo alto, junto al sol de anchas espaldas, un polluelo pía.

En el parque, un niño se afana en defender su fuerte de arena. Son las hojas, arrastradas por el soplo de una mariposa ausente, su feroz combatiente. De sus ojos, un destello, una inocencia absorta, un dios no recluido, un niño, un niño jugando. Violeta es su camisa de arena repleta. El fuerte resiste, no hay más que el deseo intacto, el deseo puro, para poder dar un paso entre dos mundos extraños. Un niño jugando, saltando una ilusión.

La dependienta de la panadería, esa joven de mofletes untuosos, saca del horno abierto una bandeja de pastelitos, que cubren la plaza entera de capricho y saliva expectante. Chocolate negro en su mullido trono. Con qué ganas le hincaría el diente, podéis creerme, no hay nada más efectivo para poner en blanco la mente. Abandonando un pensamiento fijo, abandonándome al sabor, al olor, a lo cercano, a todo cuanto desaparece, veo al niño llorar cubierto de polvo.

Una ardilla sube con la patas difusas un árbol, tan veloz como la punta de un rayo. Hoy no voy a tomar el tranvía. Me siento en el parque. Tengo una barra de pan de la panadería, tengo qué echarle a los gorriones.

Un día tranquilo. Cuántas veces, salvo hoy, quise un día tranquilo.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Hurtos al sol

Una caída hacia el centro de la caída misma, un remolino de vértigo que acumula humedad. Blanquísimas paredes. Así, yo.

Decidme, pues, buenos hombres, de dónde he caído, el lugar certero del desplome, allí donde la nube abraza al hielo y la luz cristaliza en ramas de cielo. Decidme, sí, me haréis un favor, en serio: ando perdido. No reconozco estos círculos que se extienden, estas montañas que se abren, estos deseos que mudan de piel y abandonan a la antigua sierpe, por siempre.

Uno tras otro, ciento y un buenos hombres se postran en fila en frente de mí, culebreando con espasmos calculados. Inútil. Cada áspero roce entre ellos es testigo de la distancia, de la infranqueable barrera de nuestra extensión. Brotan chispas que funden la mezcolanza de gritos, jadeos y murmullos, que nada me aclara. Veo sus rostros. Una cierta añoranza pesada es también familiar. Interrogo al pozo, vislumbro el abismo, huelo la última flor. Observo detenido el instante del relámpago, la descarga que brilla al apagarse...qué extraño este doble nacimiento: muerte y vida. El agua se congela en hueso. El precipicio avanza un paso y mi paso me asemeja a los hombres buenos. Otro cuerpo macilento encara la fila. Arremeto contra sus dudas. Mira hacia otro lado. Olvido. Ciento tres.


Con una cerilla prendida, tiritando, aún sin vestir, voy abriendo huecos en las esquinas ocultas, creo espacios tenues donde pringosas larvas quedan presas, fijas, con sombras alargadas. Mis botas grises ocupan su lugar de siempre.

Llueve. Las calles permanecen secas, amarillas.

viernes, 5 de octubre de 2007

tú y yo solo son voces

Déjame salir al viento de los naranjos,
y su zumo será dulce, limpio en nuestras bocas.


Escúchame, cierra todas las ventanas,
aspira la ceniza, los viejos sabores,
duerme con los ojos de una virgen
y siete espadas en el pecho.


Suplica como hicieron tus padres
el beso del peregrino;
¿no sabes que atrás, en los pueblos abandonados,
se están levantando las hoces?


Pura entropía de piel y miedo,
voz solitaria en medio del vidrio:
atravieso el patio, el origen,
y las veinte columnas
braman: es la cacería,
tiempo de escuchar cómo el agua
deshace las huellas de verano,
de un verano junto a ti
en la batalla y el horizonte,
cómo rompen los frutos
destilados por mi odio y mi raza,
destinados a separar.


Ni tan siquiera un trago
de los labios tatuados en mi espalda...


Ayer te vi, hermano, apagar lentamente una colilla,
mientras el humo acariciaba nuestros ojos negros y blancos.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Parpadeo fijo

Entre dos espejos el instante perdido concentra una continua disputa.

Y es que las puertas son de cristal, atravesadas por el destello súbito de un ojo amarillo y atroz. Desde lo alto, por encima de cualquier tótem, por encima de cualquier catedral que, con los brazos abiertos, rasgue las nubes, la luz crea espacios ciertos a partir de la materia insomne y pegajosa que se ancla a cada farola, crea transparencias donde antes un murmullo recorría la espina dorsal de ratas multiplicadas.

Las calles recobran su dimensión, las baldosas se ensanchan apretando al fiero tallo que brota de la simiente olvidada, el asfalto ya no desemboca, ya no es prismático ni sugiere la piel cambiante del océano. La vida cotidiana surge como una explosión de diarios gratuitos y zapatos ávidos, como unas finas hebras que hacen del espacio tiempo y del tiempo grito subterráneo e inaudible. Los Otros claman el bullicio, la algarabía yerma que asesina al silencio; no han afrontado los intersticios huidizos pero les circunda el vacío de sus propios ojos transparentes, el abismo de esas cataratas informes que caen con estrépito sobre una piedra pulida, sobre huesos que son ceniza ahogada e irremediablemente seca.

Sé de un sitio de galerías, de pasadizos intrincados que se cruzan y descienden. Caen hasta la raíz misma: al centro del grito. Desprenden un olor de acero, también de sangre viva. La luz, escasa, exacta, conquista profundidad en la penumbra y permite que las puertas se cierren sobre sí mismas y te encierren allí, en las galerías, en los espejos enfrentados, en huecos palpitantes.

Con los ojos entornados, una flor florece entre el polvo, un delicado mundo se expande, como la música, completamente sobre otro.

Entre eras se esconde.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Miércoles de ceniza

La vergüenza es la paz. Yo acudiré con mi vergüenza.

Antonio Gamoneda

Iré despacio,
caminaré al lado del muro
y habrá fuentes umbrías
a mis ojos y mi espalda.


Con la venganza se aviva el día,
toma su último camino el sol
mirándome a los ojos,
un libro de Neruda rompe
en el acantilado silencioso:
ningún sacrificio es hoy en vano,
bajo este suelo de arena y espuma
que muerde con rabia mis tobillos desnudos,
como rosa de los vientos
dibujando un amargo trazo del espíritu,
una frontera que rechazo,
algo mudo en mis puños, la simiente
del acebo ya estéril, tercamente estéril...

pero no, no tengas miedo, yo acudiré
como hace tanto tiempo,
me reconocerás fácilmente

(mi camisa, mi boca mojada)

y detrás de mí vendrá nuestro hijo cojeando.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Equilibrio

Equilibrio entre hombres cara a cara.

Cinco árboles blancos crecen a cada lado de sus muñecas.

No comparten la pureza del dolor,

ni tampoco la tierra rojiza que se forja en el espíritu;

comparten una lluvia densa

y un lugar bajo la marca sureña.


Un cuerpo cae, las plantas reverdecen.

Scintillae

I


El cuadro que olvidé en una ciudad lejana,

el cuadro nocturno,

el cuchillo lanzado al mar,

el árbol que espera una chispa en la lluvia,

el cuadro enterrado, vencido, deshilachado,

crece ahora como un río profundo, alza su cauce,

horada las mesetas

y escapa con la sangre de un desconocido en sus venas,

una criatura sin nombre,

una cumbre de pinceladas mudas y hambrientas.


II


Porque la traición no tiene sentido

cuando el techo es una cuerda gastada y húmeda.

Te mueves en espirales,

en un instante

tu pecho responde al silencio

y escapa por la ventana que dejé entornada alrededor de mi luminaria,

como si de noche esculpiera bosques

en las yemas de los dedos.


Se divide, remonta el alféizar,

convoca en mi brazo la desnudez de la piedra blanca,

virgen,

y mientras buscas en la espalda varada de aquel callejón,

yo clavo un collar en mi memoria:

un leve sabor a ginebra nos hace mirar atrás

y entregarnos a esta ley que lentamente

respira entre tu cuerpo y el mío.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Desvelos en Provenza

En la herida del valle, entre sueños y brumas, se funden los hielos de dos cimas.


­- ‘Bonne nuit, mon coeur’

La sola luz de aquella capilla se abate sobre sí en los rincones oscuros de mi habitación. Parece erigirse, a tientas, en inusual fondo sobre el que resalten trémulas y distantes sombras: una débil vibración y las sábanas se descompondrán..

Las noches de verano guardan cierto pudor con el mediodía. Tal vez esta noche ande enredando esferas amargas. Tal vez, quién sabe, gotas pesadas que orlen el techo en aros negruzcos y violetas. Un recuerdo o una intuición son orillas de un mismo corte.

El sudor es viscoso. Las cigarras continúan su canto áspero.

Recostado escucho mi trabajosa respiración, contemplo cuerpos recortados; fuente chirriante, costra incipiente. Los huecos son cubiertos con obstinación, y, pálidos, dilatan para aguardar más vacío. Un sordo movimiento me indica donde la grieta se deslizó por vez primera, y allí la encuentro, huidiza en las galerías, en un vasto inconsciente, en un cuerpo de mujer.

Tomo uvas calientes. Un relincho en la lejanía me sobrecoge. Qué fascinación inicial.

Se espesa la atmósfera con lentitud mientras más ojos se entrecierran, en vaivén, cercando la quietud en los albores míticos. La huída se inclina hacia un punto inmóvil. Y estoy en el Garlaban oteando nuevos paisajes y no siento ya el calor de mi corazón y lucho con el grito, con los borbotones de sangre de mis dedos.

Encuentro gorriones, redes imbricadas y una serpiente asfixiada con su propia muda de piel.

Me levanto. A media luz arranco plumas.

Tened.

martes, 7 de agosto de 2007

2 poemas de Javier Egea

Voy a escribir unas pequeñas impresiones sobre dos poemas de Javier Egea, uno de mis contemporáneos favoritos. Los poemas son del libro "Paseo de los Tristes", editado por la diputación de Granada. Aquí están los poemas:


Entre cuatro paredes

comenzaba la noche del asedio


Ellos, los asesinos,

alentaban la larga collera de los perros.


El hambre por las sábanas

se agazapaba oscura como un cepo.


Ellos, los asesinos,

nos pusieron el pan sobre unos ojos bellos.


Fuimos muriendo todos

hasta que todo se volvió desierto.


Elos, los asesinos,

vigilaban la caza del amor en silencio.



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Ven a ver el amor hecho jirones.


Ven a ver el amor:

ese caballo muerto flotando por las venas

a la deriva, amor, a la deriva.


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Javier Egea era un hombre solitario. Sabía ver desde su propia perspectiva las funciones alienantes del sistema, y siempre defendió la función social de la poesía. Siempre hizo poesía comprometida, porque él mismo era un hombre comprometido. Sus libros son una evolución constante en ese sentido: “Troppo Mare” late entre la rebelión, la huida y la desesperanza, rebelión de un mundo que el poeta no comprende, un mundo cosificado en el que no hay nada que salvar. Las relaciones se han perdido, los símbolos, las esperanzas. El poeta se aleja a un pueblo de la costa almeriense, y desde allí, en un proceso de desintoxicación (figurada pero también literal) y reordenación de sus conceptos, adquiere una conciencia de la soledad y de... su particular visión del marxismo, ese materialismo histórico en el que las potencias del sistema dominante aplastan al individuo indefenso, con el peso de la historia, de la moral, de la producción, el beneficio, el progreso, etc. A partir de aquí, su poesía se hace aún más doliente, porque él mismo se siente incapaz de volver la cara, de ver la sociedad desde su pura torre de marfil, y acaba moviéndose (sutilmente, a veces parece que ni siquiera él mismo se da cuenta) en esa dicotomía: él es uno de los asesinos, pero a la vez, él puede experimentar la única salvación posible: ese amor que también tratan de destruir. Ya en “Paseo de los Tristes”, el libro del que están sacados estos dos poemas, cambia el paisaje, el tono, el ritmo, pero los temas centrales no varían en el fondo. El amor es lo que nos libraba de la alienación total, aquella frontera que jamás pisarían. Pero en su marcha totalizadora, entre los edificios, los ruidos, los bancos, las tiendas de la ciudad, apenas queda espacio ya para ese amor libre. En ese sentido, la conciencia del amor se vuelve conciencia de la soledad, y para un hombre que está siempre con la pistola cargada, ante el acecho de los asesinos, también es una conciencia de la muerte, un recordatorio de que en esta sociedad el individuo nunca puede liberarse de todas sus cadenas. No he leido su último libro, “Raro de Luna”, pero parece ser que en él ahonda en su espíritu tomando prestados los métodos del psicoanálisis (Freud fue muchas cosas, pero sobre todo un crítico absoluto, un destructor de verdades).


1

El primero de los poemas se abre con una cita de Cernuda: “ellos, los vencedores...”. Cernuda fue uno de los grandes individuos del 27, y siempre se movió un paso por delante de su tiempo. Él mundo no estaba preparado para él, para su visión de la libertad, y sentía, como Egea, la hostilidad de una sociedad que lo obligaba a estar siempre alerta, siempre luchando contra todo y todos. En este poema, el tono oscuro, de cacería nocturna y sin reglas, creo que intenta mostrar la verdadera vocación de estos asesinos. Lo que se esconde detrás de sus palabras, de su justicia, es esto: la caza del amor, la encarcelación del último peligro, de la última fuente de libertad. Poco a poco, todo el mundo cae, todos mueren dentro de la ciudad, incluso el sujeto poético, que ya se muestra como un hombre más, sin esperanza, sin futuro, a quien sólo le queda algún sueño inútil, vano. Su tiempo es un tiempo pasado e irrecuperable, dominado por el peso del sistema, que se cuela en todos los resquicios hasta de su memoria y su lenguaje. El sentimiento de unidad, la esperanza que pudiera tener en el género humano, desaparece cuando sus camaradas caen junto a él: fuimos muriendo todos... nadie sobrevive, y ahora, tras la muerte del amor, no hay fuerzas para más. Los recursos que usa, como siempre, los maneja con gran maestría: el uso del “ellos” como forma impersonal, alejada; la métrica de 7,11 y 14 sílabas, que encaja tan bien en el tono declamativo, como de historia susurrada del poema (aquí comienza a intuirse el tono de rebelión, de pensamiento, si bien desesperanzado, también conocedor de su propia alienación). Elipsis constante, concreción, y a la vez una carga simbólica enorme en cada verso (Lorca es una influencia enorme en este libro, en todo él), junto a la gradación de las frases, el aumento progresivo de la implicación emocional, hasta ese último verso que condena a los asesinos y da la razón de su búsqueda: ellos, en silencio, cazan el amor. Me parece una imagen impresionante, con varias resonancias que no se anulan entre sí.


2


A la deriva, amor a la deriva; otra cita, en este caso de Miguel Hernández, el poeta del pueblo y del amor, el poeta que murió lejos de su gente... uno de los más grandes de nuestra historia, sin duda. Este poema, como una buena parte del libro, bebe directamente de Hernández y de Lorca. De Hernández toma el dramatismo, el símbolo del amor como aquello a lo que el sujeto poético debe agarrarse para no caer en la locura, aquello que duele y puede hacerlo escapar de su cárcel. De Lorca toma la musicalidad, las raíces populares, los símbolos apenas intuídos. En todo caso, influencias puestas al día con una originalidad increible, con un sentido del ritmo y de la imagen que muy pocos poetas contemporáneos tienen. Egea vive en la ciudad de los 90, no en los años de la guerra civil, y su poesía, como ya decía, es una poesía comprometida. Eso equivale a decir que es consciente de su tiempo y su situación en él. Aquí apela al lector, lo invita a que contemple los restos de lo que fué un hombre que amó. Justo lo que hoy día es sacrilegio, Egea lo convierte en un sacrificio voluntario: nos muestra su desgracia, se sabe desesperado e incita al lector a entrar en sus venas. No puedo encontrar mejor ejemplo de poesía comprometida y a la vez totalmente simbólica. Comprometida porque él sabe que hay otros que se encuentran en su situación, que hay gente que no puede escapar a su propia tragedia, y (volvemos a Freud) los miedos, los traumas, el sentimiento inefable de soledad/individuación ha de salir por algún lado. Es poesía catalizadora.

Por lo demás, la imagen del caballo muerto... es clásica la imagen de un caballo como representación del yo “cabalgando” en la memoria, en el recuerdo. En este caso, el caballo está muerto (como siempre, muerte-amor), pero sigue moviéndose por las venas del hombre. Inundándolo todo silenciosamente, a la deriva, perdido dentro de él. Aquí también puede verse el último resquicio de libertad que muestra este libro: el sujeto poético está perdido, sin esperanza, solo con sus fantasmas en una ciudad agresiva y despersonalizada. Sin embargo, él es consciente de su situación. Todo el recorrido de “Troppo Mare” ha servido para que llegue a la ciudad y sepa que no puede dejarse llevar por las corrientes de lo inmediato; y sepa además que él mismo es partícipe de esta farsa. El consuelo es poco, pero es justo, es lo máximo a lo que puede aspirar el sujeto poético. Tal vez desde estas bases pueda asentarse una verdadera esperanza, una poesía libre. Una pena que Javier Egea, el hombre, no pudiera soportar el peso de la historia y de su propio dolor, y acabara de forma tan cobarde con su vida. Pronto se le reconocerá como uno de los más grandes poetas españoles del siglo XX.



pd: espero tener algún poema propio dentro de poco. Por ahora, sólo hay muchos bocetos, ideas y borrones en un cuaderno.

viernes, 27 de julio de 2007

Honestidad y poesía, primeros acercamientos

No hay naturaleza humana. El tiempo impide todo intento de racionalización, impone su metamorfosis continua y se niega a sí mismo; nosotros nos agarramos a los restos del naufragio, intentamos crear leyes, poner nombres, manejar ideas, conceptos, órdenes, que se nos escapan de las manos en un solo segundo. Sin embargo, sin esta ordenación consciente del mundo, no hay existencia posible, por lo que nos movemos permanentemente al filo de un extraño precipicio. La poesía es un acercamiento a las fosas del tiempo, a aquellas fosas en las que nada es solamente un nombre, un concepto, un verbo; lugares en los que el tiempo pierde su consistencia lineal, y se maneja a voluntad: puede llegar a ser un instante circular, hambriento y absoluto; puede escaparse hasta algún horizonte o concentrarse en un soplo de aire. La cualidad temporal del poema, como la de la música, permite jugar con nuestro verdugo. Con este arma tan poderosa que tenemos en las manos, no queda sino observar con los ojos limpios, observar dónde está nuestro lugar en este caos de tiempo y espacio. Ya sabemos que la soledad es ineludible. Ya sabemos que las máscaras nos rodean, nos consuelan, nos permiten levantarnos cada día y cumplir con los rituales de la sociedad; Es justo y necesario. Pero el poema no debe caer en ese mundo; debe ser un instrumento y un brazo desnudo, debe ser la fuente de la que nazca un agua más pura, la fuente alimentada por los sentidos, por los sueños, por todo aquello que decimos, que no decimos, que vemos y no vemos, que tocamos y que ni siquiera imaginamos rozar. También y sobre todo una búsqueda. A través de la belleza estética, este requiebro de la eternidad, encontramos una red de símbolos que se expande y no conoce fronteras, y cada pulsación nos mira, reverbera en nuestro espíritu y lo hace más grande, le da nueva luz, convoca a todos sus miedos y los abraza. No hay felicidad más grande que la nacida de la tragedia de la libertad, y el poema es un medio para llegar a ese instante, un medio imperfecto, humano, pero a la vez enormemente poderoso, porque trasciende el burdo instrumento del lenguaje causal, y da libertad para moldearlo. Por eso, sólo puedo usar este instrumento con mis sentidos dispuestos a caer hasta el fondo de la percepción, y mi espíritu atento a las sombras que nos susurran desde el rabillo de los ojos. Sólo puedo escribir con dolor, que es el amor más grande que tengo, porque a veces me he asomado a ese mundo de símbolos, libertad y unión que hay dentro de los versos más “oscuros” y “dolorosos”. Beckett es un ejemplo perfecto (la poesía no es un género, es mucho más... Kafka, por ejemplo, era un grandísimo poeta). Creo, en fin, que se tiene que buscar el poema con la entereza y la disposición con la que el virtuoso afina y prepara su guitarra antes de tocar su mejor pieza.


Jamás comprenderé cómo los poemas se pervierten, se utilizan como seudo-entretenimientos parecidos a las últimas películas de cualquier cine, se complacen en su apología de lo banal, lo inmediato, coartan con su uso del lenguaje y del ritmo todo intento de ahondamiento. Esto puede ocurrir de manera explícita o de manera implícita, lo cual es todavía más sangrante, porque los ejercicios de hipocresía velada son los más perjudiciales para las libertades del individuo (y, por supuesto, para el latido interior del poema). Pero esto es otra cuestión.

poema

Salí para verte jugar.


Te esperaban los pocos amigos
que despertaron al alba
para compartir un viento fresco,
atento a cada muesca en vuestras pieles
y en vuestro camino;
ellos, nerviosos en la vieja plaza del pueblo,
jugueteaban con los espejos
de sus bolsillos
porque el día era muy largo,
el polvo ya empezaba a cubrir sus cejas,
y recordaban que en aquel lugar
sólo los locos dormían entre cuatro paredes.


Cuando llegaste, tu mano temblaba,
pero nadie escuchó tus palabras de despedida.
Marchásteis decididos,
intentando dejar atrás los enebros, los jazmines
que inundaban la noche con su olor,
los perros arrastrándose detrás de alguna esquina.


Yo vi tu espalda recta y blanca,
vi crecer tu pelo, arremolinándose en las nubes bajas,
y como una voz al horizonte,
como ese patio de dolor que forma caracolillos en tu frente,
cerré por un momento los ojos:
tenía demasiado frío y, a lo lejos,
mi casa estaba ardiendo.


domingo, 15 de julio de 2007

Parsimonia

No queda rocío sobre el que cantar.

Varios lustros se han sucedido desde que resido en esta tierra. Mi hijo, un niño de ojos tristes que siempre ha escuchado crujir sus pisadas, sólo conoce estos campos de Castilla por los que caminamos día tras día.

Las mañanas se amontonan entre el seco paisaje. Recuerdo el duro verde cuando poblaba las vistas, cuando el olor era el de la hierba húmeda que pisaba descalzo. Mi niño desconfía. Él me insiste en su mediodía, el del sol borroso aplastando la paja contra el suelo agrietado.

A la hora de la siesta le hablo de árboles en flor, de sonoros ríos y frágiles mariposas de mil colores. Él me responde con ausencias y vacíos, con muslos y serpientes, con todo lo que un niño ha decidido aprender del padre. Día tras día tenemos la misma sorda conversación.

Hoy es diferente, no hay siesta. Caminamos por el campo recogiendo lo amarillo, finos palitos y mudas de la sierpe. Nada que un niño no pueda acarrear. Mi hijo se ha levantado la camiseta y, apretado contra su pecho, lleva dentro de ella nuestra cosecha de otoño. Empieza a ponerse el sol. Regresamos. Después de abandonar la tarde en el suelo, mi niño cae en mis brazos y sus ojos se apagan, al igual que las estrellas ausentes.

Aún no ha amanecido, lo noto, el eco de voces muertas sigue reverberando. Mi hijo continúa durmiendo, hablando en sueños. Vuelvo a donde anoche soltó todos los palitos. Quizás mi hijo no vuelva a despertar. Dejo caer una cerilla prendida..
De pronto el fuego. Es como si ardiesen las pérdidas. Las voces acallan.

Incendio. Tal vez, un incendio poético.

Bienvenidos.