Un día tranquilo, de sol en las macetas, de brisa sosegada que te abraza y te rodea y te coge por todas partes. Un día tranquilo. Los besos vienen del mismo cielo, con una textura de nube, fresca y vaporosa, inaprensible. La yerba canta a mi paso. Es un día tranquilo. Los gorriones han desplazado a las palomas, y saltan, pilluelos, entre las verdes notas. Unas migajas de pan les echo, y saltan, saltan, no todos los días hay estrellas fugaces que llevarse a la boca. Sus besos vienen del mismo cielo.
Juegan con la luz los árboles, con esos dedos finos y delicados que llegan de la justa entraña de la tierra. La luz cambia con su temblor, con su preciso movimiento, y los colores alternan formas y el sabor ya no es el mismo, aunque dulce todavía. Las plazas parecen pintadas a pastel, cálidas y diáfanas, de formas juguetonas. Sacan los árboles las raíces de su entierro, y entre las ramas, a lo alto, junto al sol de anchas espaldas, un polluelo pía.
En el parque, un niño se afana en defender su fuerte de arena. Son las hojas, arrastradas por el soplo de una mariposa ausente, su feroz combatiente. De sus ojos, un destello, una inocencia absorta, un dios no recluido, un niño, un niño jugando. Violeta es su camisa de arena repleta. El fuerte resiste, no hay más que el deseo intacto, el deseo puro, para poder dar un paso entre dos mundos extraños. Un niño jugando, saltando una ilusión.
La dependienta de la panadería, esa joven de mofletes untuosos, saca del horno abierto una bandeja de pastelitos, que cubren la plaza entera de capricho y saliva expectante. Chocolate negro en su mullido trono. Con qué ganas le hincaría el diente, podéis creerme, no hay nada más efectivo para poner en blanco la mente. Abandonando un pensamiento fijo, abandonándome al sabor, al olor, a lo cercano, a todo cuanto desaparece, veo al niño llorar cubierto de polvo.
Una ardilla sube con la patas difusas un árbol, tan veloz como la punta de un rayo. Hoy no voy a tomar el tranvía. Me siento en el parque. Tengo una barra de pan de la panadería, tengo qué echarle a los gorriones.
Un día tranquilo. Cuántas veces, salvo hoy, quise un día tranquilo.
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