jueves, 20 de septiembre de 2007

Parpadeo fijo

Entre dos espejos el instante perdido concentra una continua disputa.

Y es que las puertas son de cristal, atravesadas por el destello súbito de un ojo amarillo y atroz. Desde lo alto, por encima de cualquier tótem, por encima de cualquier catedral que, con los brazos abiertos, rasgue las nubes, la luz crea espacios ciertos a partir de la materia insomne y pegajosa que se ancla a cada farola, crea transparencias donde antes un murmullo recorría la espina dorsal de ratas multiplicadas.

Las calles recobran su dimensión, las baldosas se ensanchan apretando al fiero tallo que brota de la simiente olvidada, el asfalto ya no desemboca, ya no es prismático ni sugiere la piel cambiante del océano. La vida cotidiana surge como una explosión de diarios gratuitos y zapatos ávidos, como unas finas hebras que hacen del espacio tiempo y del tiempo grito subterráneo e inaudible. Los Otros claman el bullicio, la algarabía yerma que asesina al silencio; no han afrontado los intersticios huidizos pero les circunda el vacío de sus propios ojos transparentes, el abismo de esas cataratas informes que caen con estrépito sobre una piedra pulida, sobre huesos que son ceniza ahogada e irremediablemente seca.

Sé de un sitio de galerías, de pasadizos intrincados que se cruzan y descienden. Caen hasta la raíz misma: al centro del grito. Desprenden un olor de acero, también de sangre viva. La luz, escasa, exacta, conquista profundidad en la penumbra y permite que las puertas se cierren sobre sí mismas y te encierren allí, en las galerías, en los espejos enfrentados, en huecos palpitantes.

Con los ojos entornados, una flor florece entre el polvo, un delicado mundo se expande, como la música, completamente sobre otro.

Entre eras se esconde.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Miércoles de ceniza

La vergüenza es la paz. Yo acudiré con mi vergüenza.

Antonio Gamoneda

Iré despacio,
caminaré al lado del muro
y habrá fuentes umbrías
a mis ojos y mi espalda.


Con la venganza se aviva el día,
toma su último camino el sol
mirándome a los ojos,
un libro de Neruda rompe
en el acantilado silencioso:
ningún sacrificio es hoy en vano,
bajo este suelo de arena y espuma
que muerde con rabia mis tobillos desnudos,
como rosa de los vientos
dibujando un amargo trazo del espíritu,
una frontera que rechazo,
algo mudo en mis puños, la simiente
del acebo ya estéril, tercamente estéril...

pero no, no tengas miedo, yo acudiré
como hace tanto tiempo,
me reconocerás fácilmente

(mi camisa, mi boca mojada)

y detrás de mí vendrá nuestro hijo cojeando.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Equilibrio

Equilibrio entre hombres cara a cara.

Cinco árboles blancos crecen a cada lado de sus muñecas.

No comparten la pureza del dolor,

ni tampoco la tierra rojiza que se forja en el espíritu;

comparten una lluvia densa

y un lugar bajo la marca sureña.


Un cuerpo cae, las plantas reverdecen.

Scintillae

I


El cuadro que olvidé en una ciudad lejana,

el cuadro nocturno,

el cuchillo lanzado al mar,

el árbol que espera una chispa en la lluvia,

el cuadro enterrado, vencido, deshilachado,

crece ahora como un río profundo, alza su cauce,

horada las mesetas

y escapa con la sangre de un desconocido en sus venas,

una criatura sin nombre,

una cumbre de pinceladas mudas y hambrientas.


II


Porque la traición no tiene sentido

cuando el techo es una cuerda gastada y húmeda.

Te mueves en espirales,

en un instante

tu pecho responde al silencio

y escapa por la ventana que dejé entornada alrededor de mi luminaria,

como si de noche esculpiera bosques

en las yemas de los dedos.


Se divide, remonta el alféizar,

convoca en mi brazo la desnudez de la piedra blanca,

virgen,

y mientras buscas en la espalda varada de aquel callejón,

yo clavo un collar en mi memoria:

un leve sabor a ginebra nos hace mirar atrás

y entregarnos a esta ley que lentamente

respira entre tu cuerpo y el mío.