martes, 26 de agosto de 2008

Aurora en vela

I

No escucho tu voz, ni tus ojos,
pero lentamente llega la aurora con sus dos silencios,
despierta cómplice, como una chispa en la piel,
nos deja cara a cara y el espejo vacío entre nosotros,
hoja en blanco.

Todavía entre dos fronteras te aferras a la vida,
tú que creías que las promesas eran justas, eternas...

Escucho, sí, la respuesta de tu cintura revuelta,
insumisa, como si quisiera permanecer para siempre
en la fiera quietud de la sombra.
Tus manos me buscan, ciegas,
para borrar las huellas de mis pobres palabras,
para rehacer un camino con este lenguaje nuevo,
capaz de rozar mi boca en el ojo de toda tormenta.
No tengas miedo a decir águila o desierto.
Enséñame cómo el alba se empapa en ti,
cómo rompen tus cabellos en marea alta,
cómo se levanta tu pecho y es una raiz indecisa
entre día y noche,
entre roca y viento.

II

El dolor será de cristal
y habrá de crecer en tierra baldía.

Nuestros nombres volverán a tener sentido entonces.

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