viernes, 27 de julio de 2007

Honestidad y poesía, primeros acercamientos

No hay naturaleza humana. El tiempo impide todo intento de racionalización, impone su metamorfosis continua y se niega a sí mismo; nosotros nos agarramos a los restos del naufragio, intentamos crear leyes, poner nombres, manejar ideas, conceptos, órdenes, que se nos escapan de las manos en un solo segundo. Sin embargo, sin esta ordenación consciente del mundo, no hay existencia posible, por lo que nos movemos permanentemente al filo de un extraño precipicio. La poesía es un acercamiento a las fosas del tiempo, a aquellas fosas en las que nada es solamente un nombre, un concepto, un verbo; lugares en los que el tiempo pierde su consistencia lineal, y se maneja a voluntad: puede llegar a ser un instante circular, hambriento y absoluto; puede escaparse hasta algún horizonte o concentrarse en un soplo de aire. La cualidad temporal del poema, como la de la música, permite jugar con nuestro verdugo. Con este arma tan poderosa que tenemos en las manos, no queda sino observar con los ojos limpios, observar dónde está nuestro lugar en este caos de tiempo y espacio. Ya sabemos que la soledad es ineludible. Ya sabemos que las máscaras nos rodean, nos consuelan, nos permiten levantarnos cada día y cumplir con los rituales de la sociedad; Es justo y necesario. Pero el poema no debe caer en ese mundo; debe ser un instrumento y un brazo desnudo, debe ser la fuente de la que nazca un agua más pura, la fuente alimentada por los sentidos, por los sueños, por todo aquello que decimos, que no decimos, que vemos y no vemos, que tocamos y que ni siquiera imaginamos rozar. También y sobre todo una búsqueda. A través de la belleza estética, este requiebro de la eternidad, encontramos una red de símbolos que se expande y no conoce fronteras, y cada pulsación nos mira, reverbera en nuestro espíritu y lo hace más grande, le da nueva luz, convoca a todos sus miedos y los abraza. No hay felicidad más grande que la nacida de la tragedia de la libertad, y el poema es un medio para llegar a ese instante, un medio imperfecto, humano, pero a la vez enormemente poderoso, porque trasciende el burdo instrumento del lenguaje causal, y da libertad para moldearlo. Por eso, sólo puedo usar este instrumento con mis sentidos dispuestos a caer hasta el fondo de la percepción, y mi espíritu atento a las sombras que nos susurran desde el rabillo de los ojos. Sólo puedo escribir con dolor, que es el amor más grande que tengo, porque a veces me he asomado a ese mundo de símbolos, libertad y unión que hay dentro de los versos más “oscuros” y “dolorosos”. Beckett es un ejemplo perfecto (la poesía no es un género, es mucho más... Kafka, por ejemplo, era un grandísimo poeta). Creo, en fin, que se tiene que buscar el poema con la entereza y la disposición con la que el virtuoso afina y prepara su guitarra antes de tocar su mejor pieza.


Jamás comprenderé cómo los poemas se pervierten, se utilizan como seudo-entretenimientos parecidos a las últimas películas de cualquier cine, se complacen en su apología de lo banal, lo inmediato, coartan con su uso del lenguaje y del ritmo todo intento de ahondamiento. Esto puede ocurrir de manera explícita o de manera implícita, lo cual es todavía más sangrante, porque los ejercicios de hipocresía velada son los más perjudiciales para las libertades del individuo (y, por supuesto, para el latido interior del poema). Pero esto es otra cuestión.

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