viernes, 27 de julio de 2007

poema

Salí para verte jugar.


Te esperaban los pocos amigos
que despertaron al alba
para compartir un viento fresco,
atento a cada muesca en vuestras pieles
y en vuestro camino;
ellos, nerviosos en la vieja plaza del pueblo,
jugueteaban con los espejos
de sus bolsillos
porque el día era muy largo,
el polvo ya empezaba a cubrir sus cejas,
y recordaban que en aquel lugar
sólo los locos dormían entre cuatro paredes.


Cuando llegaste, tu mano temblaba,
pero nadie escuchó tus palabras de despedida.
Marchásteis decididos,
intentando dejar atrás los enebros, los jazmines
que inundaban la noche con su olor,
los perros arrastrándose detrás de alguna esquina.


Yo vi tu espalda recta y blanca,
vi crecer tu pelo, arremolinándose en las nubes bajas,
y como una voz al horizonte,
como ese patio de dolor que forma caracolillos en tu frente,
cerré por un momento los ojos:
tenía demasiado frío y, a lo lejos,
mi casa estaba ardiendo.


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