Déjame salir al viento de los naranjos,
y su zumo será dulce, limpio en nuestras bocas.
Escúchame, cierra todas las ventanas,
aspira la ceniza, los viejos sabores,
duerme con los ojos de una virgen
y siete espadas en el pecho.
Suplica como hicieron tus padres
el beso del peregrino;
¿no sabes que atrás, en los pueblos abandonados,
se están levantando las hoces?
Pura entropía de piel y miedo,
voz solitaria en medio del vidrio:
atravieso el patio, el origen,
y las veinte columnas
braman: es la cacería,
tiempo de escuchar cómo el agua
deshace las huellas de verano,
de un verano junto a ti
en la batalla y el horizonte,
cómo rompen los frutos
destilados por mi odio y mi raza,
destinados a separar.
Ni tan siquiera un trago
de los labios tatuados en mi espalda...
Ayer te vi, hermano, apagar lentamente una colilla,
mientras el humo acariciaba nuestros ojos negros y blancos.
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